Por Gerhard Bacher
El sectarismo de Izquierda trataba de agarrarnos en el colegio, en Austria.
Bien me recuerdo cuando nos relataba Hermann Langbein, sobreviviente de varios campos de concentración, entre otros Auschwitz, sus impactantes vivencias y experiencias en el Aula Magna y nosotros, los estudiantes adolescentes, quedábamos boquiabiertos por tanta inhumanidad.
Ni siquiera cuestionamos, inicialmente, su tesis de que, en cierto modo, todos éramos culpables de crímenes nazis, incluso nuestra generación, los que nacimos dos generaciones después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Como la diputada de RD, Catalina Pérez, él fundamentó su posición, supuestamente, como algo simbólico, no éramos culpables en el sentido directo, pero sí, por omisión, porque no luchamos directamente contra el fascismo y la derecha en general. Eran muy buenas charlas pro-antifascismo y a favor de la extrema izquierda en general. Además, él veía en cada soldado de la Wehrmacht – las fuerzas armadas de Alemania – prácticamente a un criminal de guerra.
Éramos ingenuos, pero nunca tanto.
Yo sólo tenía seis años cuando falleció mi abuelo, quien tenía que luchar en Rusia, y nunca me trataba de influenciar de manera alguna. Al contrario, él nunca quería contar de la guerra, sólo decía que le llegó una orden de ingreso al servicio militar y tenía que hacerlo porque, de lo contrario, lo habrían fusilado o ahorcado. Cojeaba por un proyectil que quedó incrustado en su pelvis, disparado por un soldado ruso, pero nunca habló mal sobre sus vivencias en el frente oriental y menos condenaba a sus enemigos de guerra. Nunca supe lo que realmente era su misión; sólo, años después, vi algunas condecoraciones y su gorra del uniforme, junto a un álbum donde él aparecía en uniforme. Los terrores de la guerra sentí recién cuando vi fotos, dentro de ese mismo álbum, con pilas gigantescas de soldados muertos. ¿Y ese hombre, que, además, tuvo que volver a empezar desde cero y ayudaba a reconstruir a todo un país, era, según la extrema izquierda, un criminal?
No lo era.
Tampoco lo era mi abuela que tuvo que trabajar en una estación de ferrocarriles, donde sobrevivió bombardeos de aviones aliados. Resistirse a sus deberes, igual que los soldados, era sancionado con fusilamiento.
Todas esas contradicciones me hicieron pensar y dudar mucho: por un lado, Hermann Langbein relataba cosas horribles vividas en los campos de concentración, pero inculpando, por otro lado, a las personas que no combatían activamente al régimen nazi, además, las terroríficas experiencias vividas por mi familia cercana - en las dos guerras falleció la mitad de mis ancestros.
Recién años después de sus visitas al colegio, cuando me dedicaba a averiguar más sobre el señor Langbein, entendí, en parte, su posición ideológica. Él, comunista de primera hora, luchaba, como voluntario, junto a las fuerzas republicanas, en contra de Franco, en la guerra civil española. Después de la derrota, se exilió a Francia donde fue aprehendido por los alemanes y enviado a diferentes campos de concentración, formando siempre parte activa de la resistencia. Él, a diferencia de muchos parlamentarios de izquierda y el PC chilenos y del mundo, empezó a cambiar sus ideas cuando experimentó la realidad comunista en el año 1956, en Hungría. Vivió el Levantamiento Húngaro y la reacción implacable de las fuerzas stalinistas.
Cuestionaba y criticaba al stalinismo públicamente, razón por la cual fue excluido para siempre del Partido Comunista: el sectarismo venció a la verdad histórica.
Lamentablemente, en la absoluta mayoría de los establecimientos educacionales chilenos, hoy en día queda ausente un debate o una reflexión crítica, sólo priman la cancelación, los insultos y los ataques personales. Casi nadie cuestiona lo que vociferan los autoproclamados líderes estudiantiles, académicos con carreras de calidad cuestionable, igual que profesores y docentes ideologizados, con, a menudo, conocimiento paupérrimo de los hechos históricos o, activamente, ocultando crímenes.
Esta realidad es preocupante y sólo una Derecha unida e ilustrada puede hacer frente al presente desequilibrio de las ideas políticas, por el bien de nuestra Democracia y el Estado de Derecho.
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