"No nos une el amor sino el espanto; Será por eso que la quiero tanto." Jorge Luis Borges Si todos juntos vamos a vivir, como dice la canción, debemos recobrar la cordura y dejar de ver cosas donde no las hay.
Si todos juntos vamos a vivir, como dice la canción, debemos dejar de magnificar las sombras ajenas y minimizar las propias.
Si todos juntos vamos a vivir, como dice nuestra canción, además de nuestros derechos también debemos empezar a recordar nuestros deberes.
Uno de nuestros deberes fundamentales, como sociedad, es mirar hacia adelante sin olvidar lo que dejamos atrás. De nuestro futuro como chilenos pocos hablan, acaso porque creen intuir, de cuál será nuestro papel ante la inminente cuarta revolución industrial. De nuestro pasado la mayoría habla, acaso porque cree recordar, de cuál fue la verdad plasmada en nuestra piel social. Lo cierto es que las huellas de nuestros desaciertos son más profundas en unos que en otros. Lo cierto es que el hambre siempre encuentra donde morder, y duele más allí donde el dolor ha hecho su hogar. Si casi nada sabemos de nuestro futuro, para prepararnos, ya es hora de ir aprendiendo de nuestro pasado para fijar la mirada hacia adelante. Pero para aprender hay que recordar, y para aprender bien debemos recordar bien. No sólo lo que nos hicieron, sino también lo que nos hemos hecho a nosotros mismos. Siete chilenos alternaron el poder de la Nación desde que el Presidente Salvador Allende Gossens destruyó el templo de su mente con su fusil calibre “7,62”, hasta la aplastante victoria democrática del 62 por ciento que sepultó, con encuadernada lápida, las bizarras pretensiones de sus antiguos aliados. Aliados que aprendieron de la Primavera Árabe para volver al poder, con sangre joven, hermosa y renovada. Aliados que embriagados de victorias ajenas apostaron y perdieron todo en una noche. Aliados que ahora ven el envalentonado aliento de sus vecinos. Aliados que ahora ven que en los corazones de sus madres y abuelas cómo ha dejado de habitar la esperanza. Ahora son esos mismos aliados que, por respirar un poco más, reniegan de aquellas altísimas últimas palabras: “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Reniegan de ellas cuando se piensan adelantados a su época, cuando aseguran que no los entendimos, cuando confunden un traspié con una ráfagade fusil democrático calibre “7,62”.
Porque 7 chilenos alternaron el poder desde que el Presidente Salvador Allende Gossens destruyó el templo de su mente con su fusil calibre “7,62” hasta la aplastante victoria democrática del 62%.
Quizá sea una quimérica simetría ese calibre, ese número, el “7,62”. Pero quizá si le damos significado, por asociación de impacto, nos sea más fácil recordar que con el dolor de nuestros hermanos no se juega.
Que prometer es fácil cuando se sabe que no se va a cumplir. Que no mirar el abismo no lo hace desaparecer.
Quizá deba ser un recuerdo brutal para que nos permita, de una buena vez, mirar ese futuro esplendor que nos prometemos cuando entonamos nuestro Himno. Quizá debamos recordar ese número, ese calibre, el “7,62”, para evitar otro daño brutal a nuestro espíritu nacional.
Que el último acto del chileno amigo y compañero de Fidel Castro fue atender su regalo. Que era calibre “7,62” y que otros 7 chilenos ejercieron su cargo para que sus aliados cayeran ante un 62%.
Que fue una ráfaga de disparos electorales los que propinaron esta vez la derrota, porque ese fue el espíritu del abrumador número de chilenos que rechazó el contenido de aquella insufrible propuesta de nueva Constitución.
Y fue de ese calibre, “7,62”, el espíritu del 62%; su alma, porque al calibre de un arma de fuego también se le llama alma.
Rodrigo Vidabuena
A T. M. N. M. V.
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