Carlos Marx sigue estando presente en la conversación crítica, en el estudio y en la adoración que para muchos –en la izquierda– ocurre sin vacilaciones. Sin embargo, es evidente que incluso para sus adoradores populares, su legado quedó reducido al vil panfleto que fue la redacción y publicación del Manifiesto Comunista en febrero de 1848. Aquel manifiesto ingrato que vio la luz en una gran capital capitalista, en una urbe que ya no respiraba el terrible idealismo que Marx se esforzó en combatir.
Curiosamente la urbe industrial de Londres se convirtió en el lugar predilecto para la concepción de nuevas formas de organización subversiva, ya que 16 años después de la publicación del manifiesto de Marx –un 28 de septiembre de 1864–, se funda en Londres la "Asociación Internacional de Trabajadores" o "Primera Internacional Obrera", la que años más tarde –específicamente en 1872–, muda a otra relevante capital del imperialismo: Nueva York. Para todos es bien conocido que los fines de esta instancia de organización internacional impulsada por sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos perseguía organizar por primera vez a los trabajadores de las grandes capitales occidentales. En esta Primera Internacional colaboró de forma muy relevante Carlos Marx, quién se encarga de redactar sus primeros estatutos. Es curioso constatar que la organización comunista internacional siempre se desarrolló en países industriales capitalistas, cosa curiosa pues nunca prosperó en el seno del idealismo alemán de la época. Alemania sin duda es y ha sido la cuna de los intelectuales de las ideologías del principio comunista pero nunca se consolidó como el centro de operaciones de la subversión.
Con todo y, sin embargo, la pregunta es clara: ¿es el Manifiesto Comunista una obra magna o un panfleto doctrinario coyuntural?
Haciendo un poco de historia, cuestión que nos ayudará a entender en una perspectiva más amplia los fundamentos de la redacción del Manifiesto Comunista, sus por qué y para qué, debemos recordar dos organizaciones revolucionarias pre existentes a la Primera Internacional Obrera de Marx y Engels: en primer lugar, es menester hacer mención a la "Liga de Los Proscritos”, fundada en 1834, en París. Uno de los fundadores notables de esta liga fue el profesor, publicista y político radical Jakob Venedey, quien además fue director de la revista “El Proscrito” de amplio y singular contenido político subversivo. Si bien emigró a Francia para organizar un gran movimiento político para “liberar a Alemania de la servidumbre y la religión”, lo cierto es que este grupo, compuesto íntegramente por autoexiliados artesanos e intelectuales alemanes, hizo de París el punto neurálgico de la toma de decisiones de los futuros planes políticos que tenía como objetivo liberar a Alemania de los fundamentos de la edad media -decía Marx- y abrir así las puertas para el nuevo mundo secular, donde el hombre ya no tenía más dios que su propia razón.
En segundo lugar, luego de una natural evolución, en 1836 se funda en París la “Liga de los Justos”, en circunstancias donde la cuestión social constituía el centro del debate filosófico político en Europa. Uno de sus teóricos más relevantes fue Wilhelm Weitling quien, según Engels, más que un anarquista o un comunista, fue un “socialista utópico”. En este breve relato, ya nos podemos cuestionar semejante relación que existe entre las organizaciones subversivas y la tierra de las luces, de la revolución y los derechos del hombre.
Por otro lado, ya en 1846, los camaradas Marx y Engels tenían -en el exilio– su propia y escueta organización en Bruselas que llevaba por nombre “Comité Comunista de Correspondencia”. Por esas cosas del mágico destino y ciertamente no por el azar, en junio de 1847 se realiza el congreso anual de la Liga de los Justos en la ciudad de Londres, en donde en tan simbólica ceremonia se unía a la “lucha” internacional por la liberación del hombre Carlos Marx y Federico Engels. Tras esa conjunción revolucionaria, la liga de los justos modifica su nombre por el título de la “Liga de los Comunistas”. Luego, un año más tarde, el trabajo doctrinario de la liga de los comunistas se materializa en el tristemente célebre “Manifiesto del partido comunista”.
Hecho este breve apunto histórico, debo afirmar que el manifiesto comunista es un panfleto teórico mentiroso. Mentiroso pues descansa bajo fundamentos contradictorios, falaces: sus impulsores comunistas reclaman contra la burguesía y su tiranía opresora, siendo ellos mismos burgueses adinerados, hijos de ilustres capitalistas; hablan de abolir las clases, siendo ellos mismos los que dividen la sociedad en estratos económicos, reduciendo la vida humana a la cuestión de la producción, el intercambio y el consumo; profetizan la abolición de la propiedad privada, cuando son ellos los que no están dispuestos a abandonar sus bienes materiales, sus centros de estudios y bibliotecas, pues corresponde a SU capital. Más bien, el manifiesto comunista parece ser un manifiesto del odio y el rencor, un manifiesto que habla sobre los proletarios y la justicia social, los mismos obreros que hoy son explotados, obligados a pasar hambre y pobreza en cualquier país donde el socialismo ha echado raíces.
Sin embargo, el manifiesto comunista es un panfleto que no refleja en integridad y verdad los radicales fundamentos filosóficos de Carlos Marx. Su gran obra, El capital, fue el único libro que terminó y editó en vida, y del cual publicó dos ediciones (1867 y 1872). También escribió junto a su camarada Engels la “Sagrada familia” en 1844, un texto dedicado a la crítica de los jóvenes hegelianos y su tradición idealista. La “Ideología alemana” escrito en Bruselas, es otra obra que, a destiempo, vería la luz en 1932 gracias al trabajo editorial del instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú. Y así, tantos otros libros que poco y nada se comentan y se estudian por parte de la militancia popular comunista. Es importante, de este modo, dejar en evidencia que, si hay que criticar a Marx, además de descubrir su real motivación ideológica, debemos ir a la raíz de sus postulados, es decir, entender su obra magna, El Capital, y precisar su inclinación por la filosofía atea. Basta con recordar su tesis doctoral acerca de las “Diferencias entre la filosofía natural en Demócrito y Epicuro”, texto que presenta en 1841 y donde expresa sus primeras ideas sofísticas acerca del odio contra la religión y la herencia cristiana de la sociedad alemana, la idolatría de la razón y la divinidad suprema del hombre.
No debemos olvidar pues que el comunismo es una guía para la acción, un sistema ideológico práctico que tiene como único fin abolir el sistema de creencia imperante para presentar su nuevo hombre y su nueva sociedad. Ya lo decía Marx, la madre de todas las críticas es la crítica a la religión, y el sentido trascedente de su infame situación teórica es el de acabar con la sociedad occidental cristiana y su legado histórico, sus valores y principios. Es oportuno por tanto aclarar: el socialismo contenido el manifiesto comunista es la proposición económica, el comunismo en tanto, cuan rúbrica de emancipación cultural es el resultado de todo el proceso histórico en el cual el principio comunista se ha materializado como activo de poder político en la sociedad occidental contemporánea, consiguiendo así infiltrarse en el Estado, hacer imperativa su agenda ideológica para finalmente hacer de las suyas, es decir, consolidar su poder, la inequidad, la miseria, la pobreza espiritual y el caos.
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